Siempre que se habla de salud, el ejercicio físico es una de las primeras ideas que se nos vienen a la mente. Hoy en día, todo el mundo sabe que una vida sana conlleva la práctica de actividad constante. Sin embargo, muy poca gente habla de los beneficios que puede suponer el ejercicio en personas que sufren una enfermedad como el cáncer
El tratamiento del cáncer –sea éste del tipo que sea- es hoy en día uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta por parte del sector de la medicina.
Además de los avances puramente médicos, las organizaciones y asociaciones de personas afectadas por esta enfermedad también realizan sus propios estudios para poder aportar ideas que ayuden a los enfermos a sobrellevar mejor sus patologías.
En esta línea, algunas organizaciones sostienen que la mayoría de oncólogos no aconsejan adecuadamente a sus pacientes acerca de la necesidad de practicar ejercicio como parte de sus cuidados diarios. Según indican estos colectivos, la práctica de actividad física durante y después del tratamiento ayuda a reducir los riesgos provocados por la enfermedad y la recurrencia de algunos de sus síntomas. Además, sirve para aumentar la energía del paciente y reducir los efectos secundarios del tratamiento recibido. La razón de estos efectos es que la actividad física normaliza los niveles de insulina, estrógeno y testosterona, entre otras causas.
Existe cierta atmósfera de miedo a que la actividad física durante la enfermedad pueda resultar dañina para el paciente. Así, muchas veces son ellos mismos quienes deciden no realizarla, al no contar tampoco con un médico que les alenté a ello y les indique cuál es la mejor manera de hacerlo. Este temor carece de fundamento, aunque es comprensible que no se trate el ejercicio como prioridad cuando se está lidiando con los síntomas de una enfermedad y con los efectos secundarios derivados de un agresivo tratamiento para la misma.
Sin embargo, a pesar de los temores que pueda provocar, el ejercicio es causa de más beneficios que efectos negativos. Realizar actividad física aumenta la energía del paciente y refuerza su organismo, ayudando así a reducir los riesgos de muerte y de reincidencia en la enfermedad. Ese aporte de energía extra sirve también para reducir los niveles de fatiga, de estrés u de ansiedad, además de ayudar a controlar la depresión y el bajo estado de ánimo. La salud cardíaca de los pacientes de cáncer que son físicamente activos es más fuerte que la de aquellos que llevan un estilo de vida sedentario. Algo importante puesto que algunos tratamientos pueden causar problemas cardíacos a la larga.
Muchos oncólogos no recomiendan la práctica de ejercicio a sus pacientes
Todo esto se traduce en una mejora del sueño, del apetito y evita que aparezca el estreñimiento.
Otro beneficio del ejercicio físico es también la mejoría que se produce en la circulación de las células inmunológicas de la sangre, encargadas de neutralizar los patógenos del cuerpo y ayudan a mejorar la eficiencia del sistema inmunológico, que defiende al cuerpo contra los virus y enfermedades.
Por supuesto no se trata de que los pacientes realicen el mismo nivel de ejercicio que un atleta profesional, sino de que se muevan en su día a día y lleven un estilo de vida activo que les permita obtener ese fortalecimiento que contribuya a una mejoría en su estado de salud. Solo tres horas semanales de actividad física a una intensidad moderada –que dependerá de cada persona y cada caso concreto- ya ayuda a reducir la mortalidad del cáncer. Lo ideal sería que el ejercicio viniera prescrito directamente por el personal médico que atiende a cada caso, centrándose así en las necesidades de cada uno para poder orientarles y guiarles en el tipo de ejercicio que resultará más conveniente y adecuado al tratamiento recibido.
En este sentido, la clave está en escuchar las necesidades del cuerpo. Cada persona es un mundo y cada cual puede soportar una intensidad determinada de ejercicio, sobre todo si hay una enfermedad de por medio. Por eso es preciso conocerse a uno mismo, identificar las limitaciones que se tienen y adecuar la actividad física a las posibilidades individuales, de forma que realicemos un esfuerzo físico sin arriesgarnos a dañar nuestro cuerpo. No se debe sobrepasar los límites que el mismo cuerpo pone, sino ir poco a poco para ir ganando tolerancia al ejercicio y mejorar la salud y la condición física.
Tan importante como la actividad física es el descanso. Nunca debemos extralimitarnos o sobreestimar nuestras posibilidades. Si el cuerpo nos pide parar y descansar, es necesario tomarse el tiempo de hacerlo y darle un respiro. Muchas veces se piensa que no vale la pena realizar un esfuerzo si va a consistir en unos pocos minutos. Esto es falso, pues siempre será mejor dedicar diez minutos a fortalecer nuestro cuerpo que no dedicarle nada en absoluto. La capacidad física se expande poco a poco. Siempre que alguien empieza a hacer ejercicio comienza desde abajo, con una intensidad y un tiempo que le resulten física y psicológicamente soportables, para ir aumentando constantemente y, con el paso del tiempo obtener la capacidad de realizar ejercicios más complicados. Ésta es una máxima que sirve para todas las personas que quieran realizar una actividad física pero es muy necesario tenerlo en cuenta si tenemos una enfermedad que nos condicione físicamente. Nunca debemos exigir al cuerpo más de lo que es capaz de dar de sí.
En todo caso, siempre que una persona que padece algún tipo de enfermedad decida iniciar una rutina de ejercicio constante, debe consultar con su médico, cuya opinión profesional será vital para orientarle hacia una práctica segura y eficaz.
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